-¡Mira los Platanes comadre! ¡Ve qué belleza!
-¿Por qué les dices así? ¿Cómo se llaman estos árboles?
-Se llaman Plátanos de sombra. ¿Qué raro no?
Más que raro, me resultó elegante el nombre de esta especie en francés. Imaginé distintas ciudades europeas vestidas de gala con los variados diseños y colores de sus ramas y hojas. Sus troncos blanquizcos estructuran ramas plagadas de hojas palmeadas que cambian de color según la estación, igual que los liquidámbares. Me percaté de los dibujos formados por sus sombras sobre el suelo. Me recordaron las múltiples imágenes que he encontrado en las nubes a través de los años. En algunas partes del recorrido, las copas de los árboles de ambos lados del sendero se juntan en lo alto para convertirse en una bóveda alargada y traslúcida que refresca y embellece el camino de ciclistas y corredores. La cantidad de estímulos que se activaron estando montada sobre el asiento de una bicicleta en un lugar así de bello, acompañada de una de mis personas favoritas fue especial.
La perspectiva visual del paisaje en movimiento me hizo sentir que era parte de una película muda; las sensaciones provocadas por el contacto del viento y el sol sobre la cara me hicieron sentir viva; los movimientos de las piernas y el resto del cuerpo, que se adaptaron en automático a las subidas y bajadas del camino, me recordaron la perfección de los músculos, articulaciones y demás órganos involucrados, que en ese momento se expresaron a través de un equilibrio fácil y suave; el sonido del viento y el de la voz de Susana me regresaban al presente, más allá de mis pensamientos con vida propia e independiente de la realidad objetiva. Esta rodada con mi comadre fue uno de los eventos subrayados con amarillo de mi viaje. Fueron de esos minutos o instantes en los que uno se da cuenta que está viviendo uno de los momentos más bonitos de su vida.
Siempre me ha impresionado la cantidad de pensamientos, imágenes e ideas que puede producir la mente en unos cuantos segundos. Y es que no es solamente la cantidad, sino la asociación libre de ideas, como lo bautizó Freud. Y entre más estímulos, más viaja la mente. En esta ocasión, la mía, lo hizo en Concorde sin rumbo determinado. De un lado a otro y sin ton ni son.
Mientras rodábamos recordé una escena del día anterior: Paseábamos por el barrio de Salamanca a un lado del Parque del Retiro cuando Susana me platicó que el año pasado, durante la temporada de vientos en Madrid, una rama cayó de uno de los árboles y tristemente mató a un niño. Imaginé la escena y vi a una madre desconsolada y destruida. Me conmovió imaginar las maneras en las que las vidas de los integrantes de esa familia habrán cambiado de manera forzada para adaptarse a una nueva realidad tras una pérdida tan inesperada como dolorosa. Este pensamiento me conectó con el tema de la vida y de la muerte, siempre presente, aunque con mayor frecuencia de un par de años para acá, a raíz del cáncer y la reciente partida de mi papá. Pensé en Pilar, la mamá de mi comadre, que fue muy amiga de mi mamá desde que eran niñas. Falleció también en enero de este año, diez días después que mi papá.
Mientras mis pupilas se deleitaban con la belleza de los Platanes, los cedros verdes y los pinos mediterráneos que se iban intercalando a lo largo del recorrido dependiendo de la altura, me pregunté por qué nunca había ido, o escuchado hablar sobre este gigantesco y hermoso parque. Resulta que, la Casa de Campo se encuentra a espaldas del Palacio Real, en pleno centro de Madrid, y sirvió de coto de caza de la realeza española hasta los años treinta. Su extensión duplica a la del Bosque de Chapultepec y supera cinco veces el tamaño de Central Park en Nueva York. Imaginé a cazadores finamente ataviados sobre caballos de pelo brillante con muchos perros a su alrededor ladrando y corriendo, indicando el camino correcto hacia la presa.
Pensé en la cantidad de reyes y reinas que habrán vivido en este palacio y en lo mucho que han cambiado las costumbres reales. Hoy en día incluyen muertes de matrimonios y nacimientos de escándalos de corrupción. Sentí una especie de nostalgia imaginaria, porque en realidad, mi contexto de vida nunca ha estado cerca de la realeza, a lo más que he llegado es a la historia de Maximiliano y Carlota en el Castillo de Chapultepec, a conocer algunos detalles a través de novelas y a chismes de la Revista Hola. Me alegró pensar que con los cambios de décadas y siglos, los reyes y princesas contemporáneos tienen cada vez más oportunidad y permiso de ser seres humanos comunes y corrientes.
Apareció la imagen de mi mamá fantaseando con su grupo de amigas del Margarita de Escocia, entre las que se encontraba Pilar. Al calor de los tequilas, entre carcajadas alternadas con conversaciones serias, decían que iban a convertir la casa de mis papás, la de Montaña, en el Pedregal, en una casa de retiro de amigas. En realidad, era una excelente idea. La casa ya tenía seis recámaras y fácilmente se hubiera podido ampliar, había espacio suficiente. Me entristeció pensar en el final de mi mamá y de Pilar. Ambas terminaron en casas de retiro. A ninguna de las dos les pareció ni tan bonita la casa ni tan buena la idea.
Última Navidad de mi papá y Pilar
-¿Por qué no hicieron un plan eficaz, si hablaron durante tantos años muchas veces sobre los deseos que tenían para sus últimos años?
El tema es complejo y las respuestas múltiples. Hablar de la muerte puede resultar difícil y amenazante. Sabemos que es inevitable, y muchas veces vivimos como si a nosotros no nos fuera a suceder. Con estos pensamientos rondando en mi cabeza, lancé la pregunta que le he hecho a varias personas últimamente:
-Tú, ¿qué quieres hacer con los últimos años de tu vida comadre? ¿De aquí a los setenta y de los setenta en adelante?
He recibido muchas respuestas divertidas y originales: viajes pendientes a distintos lugares; más contacto con la naturaleza; menos trabajo de escritorio; más convivencia familiar; vivir en una sola planta; vivir en la playa; tomar clases de canto; tener menos pertenencias; ir más seguido al cine; vivir en una casa de retiro y no tener que mover un dedo; vivir en un lugar más chico y sólo con lo necesario: ideas interesantes. Una de las mejores respuestas que he recibido es la de quiero ser granjera. ¿Y, por qué no?
Este siete de mayo le di la bienvenida a mis cincuenta y siete primaveras con un pequeño gran festejo familiar en mi casa en San Miguel. Con muchas preguntas rondando mi cerebro sobre lo que quiero hacer con el resto de mis días, que espero que sean muchos. Agradecida por tener una familia bonita y unida. Por tener una mente lúcida y un cuerpo ágil y fuerte, que me permite todavía, hacer prácticamente lo que se me dé la gana. Con ganas de vivir muchos momentos más como el que viví hace unos días trepada en una bicicleta en la Casa de Campo. Contenta de tener conversaciones reflexivas conmigo misma, a veces en Concorde y a veces en burro. Me doy cuenta de que no es tan difícil crear momentos significativos y planes de vida: es cuestión de imaginarlos y llevarlos a la acción.
Dentro de mis planes preliminares para mi futuro está vivir una parte del año en San Miguel y otra en algún lugar de playa. Me alegra muchísimo que a algunas de mis amigas les parezca buen plan venirse a San Miguel, de hecho, algunas ya compraron su casa en Alborada y otras están ahorrando para comprarla. Así que la fantasía de mi mamá se va a hacer realidad. Ya me apropié de su idea.
Si no se han hecho la pregunta, hágansela. Planeen, lleven a la acción sus ideas y consideren a San Miguel como una opción.
¡Aquí los espero!
Avance de una villa de una planta en Alborada, para tu retiro