Febrero, 2023
Hoy amanecí con agujetas en las piernas y un poco de cansancio. Me sentí feliz de volver a sentir esos tironcitos debajo de la piel. Me cuchichearon al oído que los músculos de mis piernas están un poco más fuertes que ayer y que mis huesos y ligamentos sonríen.
Ayer me reintegré a las clases de danza aérea que he disfrutado asiduamente los martes y jueves de los últimos dos años. Las fiestas de fin de año y un virus terco, de esos post pandémicos, me impidieron asistir a mis clases de circo durante varias semanas. Extrañaba, además de ese dolorcito muscular, el paisaje campirano que me regala el camino de tierra que recorro para llegar al estudio al aire libre de Gravity Works. Hoy me tocó ver a un cardenal presumiendo su colorido sobre la rama de un mezquite empolvado mientras un correcaminos se abría paso entre pastos y ramas secas.
Ceci Corona, mi amiga y maestra, me recibió con un abrazo y una sonrisa… y con la novedad de que ahora el calentamiento incluye ruedas de carro. Me incorporé a la clase con la duda de si podría con tal hazaña que no practicaba desde mi adolescencia. Afortunadamente, con trabajos y medio chueca, lo logré. Mientras las vueltas me transportaban de un lado al otro del salón recordé la primera vez que vi a Ceci. Fue hace unos quince años, cuando vivía en un departamento que le rentaba Beatriz, mi prima en la colonia Allende.
Recién desempacada de su tierra tapatía y en búsqueda de una nueva vida conoció a Dan y Nisha Ferguson. Empezó a trabajar con ellos en el área administrativa de su negocio de cerámica. Su pasado de bailarina le regaló el boleto para entrar a su tropa de circo. Se enganchó a la primera. El grupo conformado por alrededor de seis acróbatas ensayaba en la carpa que, en aquel entonces, había en el estacionamiento de La Aurora. Ofrecían espectáculos privados y de vez en cuando se presentaban en el teatro.
Nisha preparó a Ceci, entre otras cosas, para convertir el arte de las piruetas aéreas en una forma de vida. En 2008 dejó la administración para dedicarse de lleno a impartir clases. Fundaron Garvity Kids. Inauguraron el estudio en la casa del caracol, frente al Valle del maíz en donde varias generaciones de niños y niñas sanmiguelenses han aprendido a volar con la danza aérea. La pandemia obligó a cerrar el estudio del caracol. En su lugar hoy se imparten las clases en una enorme estructura metálica al aire libre ocupada por adultos en las mañanas y por niños en las tardes.
Su pasión por esta disciplina la ha llevado a compartir públicamente la belleza de este espectáculo. El teatro Ángela Peralta ha sido testigo del profesionalismo con el que ha puesto en escena alrededor de cien representaciones de distintas obras musicales y ballets: El cascanueces, Alicia en el país de las maravillas, Cats y Copelia.
Las funciones de las adultas que practicamos esta disciplina suceden cada semana en ese estudio, en donde a veces nos visitan un burro y unas cuantas cabras. Iván, el perro de Ceci, nunca falta. La mayoría tenemos más de cincuenta. Todas, cada una a nuestro propio ritmo, hemos sido capaces de subirnos a las telas, aros y trapecios a practicar distintos trucos y rutinas. Fuimos contagiadas por la pasión que Ceci transpira por cada uno de los poros de su piel. Su guía cuidadosa y paciente ha sido fundamental para dar cada uno de nuestros pequeños grandes pasos.
El escenario adornado por telas de colores baila al ritmo del viento y del peso de quien las trepa. El telón se abre ante nuestra propia mirada sorprendida por la belleza de las piruetas que somos capaces de hacer. La magia ocurre en un escenario colmado de miedos vencidos, caras sonrientes y corazones satisfechos y orgullosos.
Una nuca sabe qué puede encontrar cuando inicia una búsqueda. Ceci dejó Guadalajara hace veinte años y llegó a San Miguel con la esperanza de iniciar un nuevo y mejor capítulo en su vida. Aquí conoció la danza aérea y a Enrique, mi primo. Se enamoró de ambos.
A mí San Miguel me ha colmado de experiencias extra-ordinarias, como ésta.
A ti, ¿qué te ha regalado San Miguel?